
La luz del flash revela qué objetos guardamos en nuestra cartera. Iluminados, los objetos se nos revelan en varios aspectos.
El peine, el desodorante, el maquillaje. Objetos para el cuidado personal y el buen semblante. Los primeros, sabemos, nos mantienen prolijas, perfumadas, y si bien son artificios destinados a mejorar la apariencia, el maquillaje facilita la simulación.
Podemos pensar porqué las mujeres recurrimos a este artilugio, que solemos encontrar en casi todas las carteras.
Las mujeres usamos el maquillaje como máscara que cubre imperfecciones o características que no nos agradan, pero al mismo tiempo destacan aquellos rasgos que, sabemos, van a agradar a los demás.
Lacan decía que el rostro es el más evanescente de los objetos.
Nuestra cara es un perpetuum mobile. Los gestos la alteran constantemente y sin embargo favorecen su identificación.
Las expresiones de nuestras personas más cercanas exteriorizan rasgos mínimos que, a veces, transmiten una esencia insondable que no se descubre a través de una mirada trivial. Distinguir las facciones supone generar rápidamente un boceto característico.
Realizar un retrato exacto, definir un perfil, reconstruir una fisonomía. Muchas de las peculiaridades del rostro son interpretadas como los signos de un lenguaje por nuestra cultura occidental. Las líneas rectas nos muestran duras y las curvas más tiernas. Los colores nos muestran más vivaces, más maliciosas o más melancólicas.
Destacar ojos y bocas: las líneas y el color de lo que queremos expresar.
Un lenguaje que dice cual es nuestro juego, quienes somos en cada momento. Por eso tenemos maquillajes para el trabajo, para la noche, para el fin de semana. Y también por eso tenemos reglas que señalan que maquillaje es adecuado a cada hora del día.
En la actualidad la mayoría de las mujeres pasamos la mayor parte del día fuera de nuestras casas y el maquillaje nos acompaña para estar listas para cada ocasión.
Sabemos que las personas más bellas son más apreciadas, tanto, que es común que obtengan sentencias menos graves al ser juzgadas. Tal vez viene de la Edad Media, en que las mujeres eran consideradas como seres perversos y la belleza era una forma de santificarlas por considerarse “una obra perfecta de Dios”. Podemos ver que Barbie tiene la belleza del Renacimiento, de las vírgenes de Leonardo y Rafael.
Acaso, la gran inequidad que nos rodea a las mujeres, todavía en la actualidad, es que necesitamos ganar terreno a través de la hermosura y el culto a la juventud cada vez más reforzado, sobre todo con las cirugías. El maquillaje cubre las arrugas, disimula los rasgos deteriorados por el tiempo.
En estos tiempos de la imagen por encima de todo. Susan Sontag, con su lucidez implacable, decía que “Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes”.
¿Cómo no quedar afuera nuevamente sin ser cómplices del discurso hegemónico? ¿Qué es lo que nos obliga a ser eternamente bellas, eternamente esclavas de la mirada masculina?
Contenido Cartera 2
Marcador negro
Resaltador amarillo
Billetera
Ziploc con maquillaje
2 comentarios:
interesante tópico... pero debo reconocer que en mi caso, no sólo no uso carteras (sólo morrales y mochilas) si no que tampoco cuento con maquillaje (salvo para el trabajo, donde me obligan a usarlo). Entonces me pregunto, seré menos mujer por ello??? JEJE, espero que no.
Saludos, Eli
Clau! me pareció fantástico el análisis de las carteras...es increíble y es tal cual...me encantó y he reenviado el mail así la gente lo lee...te felicito! :)
besossssss
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